La Gran Mentira por Mah Iahdih Nan

 



Estos días discurren los Juegos Olímpicos,  de los que está pendiente casi todo el mundo para complacer los subjetivos orgullos patrios y como de costumbre en los años olímpicos, los dirigentes deportivos, los políticos, los magnates, los propios atletas y todo aquel que tiene acceso a un micrófono, nos saturan con frases y expresiones hechas para justificar lo maravilloso que es el deporte y lo increíble que es el deporte olímpico. Así es como desayunamos, almorzamos y cenamos con; “el espíritu olímpico”, “la deportividad”, “el Fair play”,  o “la fraternidad olímpica”  y muchas más palabras y expresiones bonitas, reparadoras e inspiradoras que no tienen nada que ver con la realidad y que sólo forman parte de un léxico caducado e impuesto por la propaganda imperante que intenta confundir y tapar el verdadero espíritu olímpico que no es otro que la rivalidad, la supremacía y la demagogia.

En la práctica entre todos han convertido al deporte en general y al deporte olímpico en especial en un verdadero negocio y una ventana para publicitarse y ocultar las miserias humanas que padecen la mayoría de los habitantes del planeta. La envergadura del trapicheo y el mercadeo, en el que han transformado el deporte y los deportistas es una indecencia e inmoralidad, de dimensiones colosales

Son incontables los atletas africanos, asiáticos y Latinoamericano que participan en las olimpiadas representando a los países del llamado primer mundo y no hablamos de los originarios de esas zonas nacidos en el llamado primer mundo, hablamos de los nacidos en África, Asia y América Latina que a base de cheques adquieren exclusivamente una nueva nacionalidad, para competir y representar a un nuevo país. El hecho que reafirma que son operaciones meramente mercantilistas dentro del deporte, es que nunca se da el caso contrario, de un deportista del llamado primer mundo representando a un país del llamado tercer mundo. Existen casos curiosos de inmigrantes que llegaron en edades tempranas y solicitaron la nacionalidad de su nuevo país de acogida y les fue denegada en reiteradas ocasiones, sin embargo, en cuanto destacan en un deporte y demuestran su competitividad, se les concede la nacionalidad en cuestión de días. Hay otros casos que son incluso comprados con suculentas ofertas estando en su propio país de origen o aprovechando la celebración de algún evento deportivo.

Con esta denuncia no se pretende culpar a los atletas, es lógico, natural y humano, que las personas quieran mejorar su situación económica y la de sus familias. La culpa del trasiego y mercantilismo de los deportistas,  la tienen los Organismos internacionales y nacionales que regulan el deporte olímpico y la participación de los atletas en los eventos deportivos, que en definitiva son los que incitan, tientan e incentivan estas prácticas.

Aunque existen las normas y condiciones específicas establecidas que permiten que un atleta pase de representar un país a hacerlo por otro. No es menos cierto que hay muchas modalidades de regateo y cambalache entre las distintas federaciones nacionales, deportivas y comités olímpicos. Pero lo cierto es que a muchos de estos atletas su formación, crecimiento y preparación le cuesta ingentes esfuerzos económicos a sus pobres países de origen, lo que no deja de ser una parte más de esa explotación y empobrecimiento a la que son sometidos los países pobres por parte de los países ricos. 

En medio de tanto mercantilismo en el deporte, lo más vergonzoso, repudiable y obsceno, es el caso de las monarquías medievales del Golfo. Estos estados racistas, xenófobos, intolerantes y dictatoriales,  compran con dinero a atletas  de otras zonas y los despojan hasta de su identidad personal; le cambian el nombre, los apellidos y la religión, los convierten forzosamente al Islam. Han llegado a formar todo un equipo, en los deportes colectivos con atletas foráneos y a base de cheques. Es una situación tan censurable y tan condenable que se ha convertido en lo más parecido a una nueva modalidad de la esclavitud de la era moderna; la compra de seres humanos.

Ante este panorama, donde el negocio supera con creces la deportividad, las preguntas que flotan en el aire son; ¿Dónde está el olimpismo?, ¿Dónde quedó el espíritu olímpico? Y ¿Dónde quedó la fraternidad deportiva entre los pueblos?. Es realmente preocupante para este mundo nuestro, seguir en esta senda donde el valor de lo humano queda relegado por el lucro y las transacciones donde las personas se convierten en un producto que se compra y se vende.         

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